lunes, 21 de diciembre de 2015

Acerca de las Categorías Estéticas en el Renacimiento y en el Barroco

Sandro Botticelli. Nacimiento de Venus.1484. Temple sobre lienzo.  278,5 cm × 172,5 cm. Galería Uffizi, Florencia.

Hermosillo Sonora, Diciembre 21 de 2015.

De acuerdo con Adolfo Sánchez Vázquez (1992), son las condiciones materiales de vida y la producción material las que determinan los elementos de la producción artística, la percepción estética de los movimientos o estilos artísticos, así como la comprensión de la realidad, la obra artística y su categorización estética.
 
El dominio que ejerce el hombre sobre la naturaleza y su comprensión cada vez más profunda y precisa de la realidad le da elementos para percibir y definir intelectualmente determinadas situaciones, en este caso el objeto artístico, su producción y consumo considerando las diferentes percepciones del creador como del sujeto que lo percibe; la definición, caracterización y categorización de la obra de arte como un objeto estético implica el desarrollo de la conciencia así como de la capacidad sensible del individuo.
 
En este sentido, la definición de las categorías estéticas, según Sánchez Vázquez, plantea “determinaciones generales y esenciales del universo real que llamamos estético.” (1992: 145) Se trata de categorías históricas que surgen en el ámbitos de las relaciones sociales, las cuales las determinan y que, de acuerdo con periódico histórico, denotan ciertos rasgos o características de aquello que llamamos estético. Es decir, la belleza, considerada la categoría emblemática de la estética, no siempre ha conservado la misma definición en la historia de la humanidad, pues su percepción se modifica de lugar en lugar y de tiempo en tiempo; lo mismo ocurre con las demás categorías, como lo feo, lo grotesco, lo cómico, lo sublime o lo trágico.
 
Durante el Renacimiento la Belleza verdadera radica en el Ser Supremo, la realidad sensible y las creaciones del ser humano, en lo posible deben buscar la semejanza con la Creación. El equilibrio, la armonía y todo aquello que sea agradable a la vista, y al espíritu, era considerado como característico de lo bello, por ello el estudio acucioso de la naturaleza y la construcción de cánones que la aproximaran a la obra del Creador. Esta última, precisamente, se concebía como reflejo de lo Sublime; tal categoría, definida en la antigüedad griega, caracteriza, se puede decir, a la belleza extrema, a la que escapa a la comprensión racional, pero que siendo virtuoso el ser humano puede aspirar a acercarse al patrón divino.
 
 Miguel Ángel Buonarroti. Siete caricaturas. 1515. 
Plumilla y tinta sepia sobre papel banco. 180 x 120 mm. Academia de Venecia.
 
Lo feo, e incluso lo grotesco, encuentran su definición en relación con la categoría de lo bello. Los artistas renacentistas concentrados en la recreación de lo bello no dejan de percibir en la naturaleza ejemplos alejados de esta condición, pero su representación, sin dejar de destacar las características de esa realidad, se integran en composiciones donde la armonía y el equilibrio, además del dominio de los medios con los que se ejecutan las obras hacen que los aspectos desagradables o desfavorables pasen a un segundo término, incluso cuando la narrativa o la finalidad de la obra justifica su empleo.
 
En este caso, cabría recordar los estudios de Leonardo de las “Cabezas grotescas” donde aparecen cinco estudios de ancianos con una fisonomía que pudiera resultar desagradable, pero que debido a la composición, la calidad del dibujo y el empleo del canon anatómico llevan a quien las observa a reflexionar acerca de la manufactura de la obra e incluso en las manifestaciones del “espíritu” de cada uno de los dibujados como ejemplo de la naturaleza humana.
 
De igual manera se puede analizar el mural de Miguel Ángel, El Juicio Final, cuya majestuosidad y temática se impone al espectador: nos acerca al momento en que el hombre se reencuentra con Dios para la decisión sobre su destino final: tan terrible es su significado que la misma Madre de Cristo se voltea para no ver el destino de los condenados, el sufrimiento de los mártires y la lucha entre el bien y el mal. Incluso, la manera que Miguel Ángel se pinta a sí mismo nos aleja de la percepción que se tiene de lo bello: desollado, es sólo un despojo humano, reflejo de la fragilidad de la vida terrena y del conflicto al que el ser humano está sujeto permanentemente en razón de la tentación del pecado.
 
 Miguel Ángel Buonarroti. El Juicio Final. 1537-1541. Fresco, 13,70 x 12,20 m. Capilla Sixtina.
 
Adolfo Sánchez Vázquez considera que en el Renacimiento se reivindicó la apariencia sensible aunque de manera espiritualizada; si bien, es en el Barroco donde se lleva a los extremos la belleza del cuerpo humano, particularmente en lo que hace a la anatomía de la mujer, que dejando de lado el interés por los cánones clásicos y en un segundo plano cualquier significación espiritual, se centra en lo corpóreo y lo que el carácter del personaje retratado pudiera expresar. Al respecto este filósofo señala que “…el apogeo de lo corpóreo está en el ideal de la belleza femenina que, en el barroco, encarnan las mujeres robustas y frondosas de Las tres gracias de Rubens. Vemos, pues, que cambian los ideales de belleza y con ellos, en unidad indisoluble, ciertos esquemas formales y el significado vital inherente a ellos. Estos cambios históricos de lo que, en una época o sociedad dada, se tienen por bellos no son por supuesto casuales. Tiene que ver con los cambios que se operan en el conjunto de ideas, valores o actitudes en esa época o sociedad…” (Sánchez Vázquez, 1992: 180)

Michelangelo Merisi da Caravaggio. Los discípulos de Emaús. 1606. Oleo sobre lienzo. 141 × 175 cm.
Pinacoteca de Brera. Milán, Italia.
 
Esto se observa, por ejemplo, en la obra de Caravaggio, para quien “lo importante es la materia, con el volumen lleno de la vida revelada con su bulto y forma por la luz. El asunto es lo de menos. Caravaggio decía que cabe la misma espiritualidad en un cesto con frutas que en una escena piadosa. Esto explica que no tuviera en cuenta los precedentes tradicionales del cuadro destinado a servir de altar.” (Pijoán, 1957b: 14) Se da pues relevancia a lo material, a lo que la realidad presenta a nuestra vista: ¡cuál gracia encontramos en los cuerpos rollizos y evidentemente llenos de celulitis de las “Gracias” del cuadro de Rubens!
 
Peter Paul Rubens. Las tres Gracias. Óleo sobre tela. 221 x 181 cm. Museo del Prado de Madrid, España.
 
Con Bernini, decían sus admiradores, la piedra se volvió carne, los cuerpos estáticos elaborados bajo patrones ortodoxos se tornan dinámicos, expresivos, como es la misma realidad; la vitalidad de las esculturas de Bernini es palpable, producto de su alta capacidad como artista plástico y de la concepción que en su tiempo él alimentará en el sentido de que el mármol imite la realidad que el artista observa al elaborar sus esculturas. El dinamismo y vitalidad de la obra de este escultor italiano es evidente cuando se compara su David con aquel que esculpió Miguel Ángel.
 
Gian Lorenzo Bernini. David. 1623-1624. Mármol. 170 cm. Galería Borghese, Roma, Italia.
 
"Ciertamente en el siglo XVII la fealdad ya había entrado en el arte de la mano de tres grandes pintores: Velázquez, Rembrandt y Ribera. Y entra con su propio ser, sin convertirse en su opuesto: lo bello. Así entran en sus cuadros los bufones, monstruos, mendigos, idiotas o borrachos de Velázquez; el buey desollado o la caza colgada de Rembrandt, o los santos martirizados, los viejos decrépitos o la monstruosa mujer babada de Rivera.” (Sánchez Vázquez, 1992: 194) La percepción estética cambió en el Barroco en comparación con las percepciones del Renacimiento. Lo sublime, por ejemplo, se exponencia durante el Barroco, toda vez que los artistas deben representar los contactos milagrosos de los santos con Dios; de allí la importancia de la teatralidad en las composiciones de estos artistas, y del contraste de luces y sombras para dar intensidad al momento que se ha pintado o esculpido.
 
Diego Velázquez. El triunfo de Baco o Los borrachos. 1628-1629.
Oleo sobre lienzo. 165 x 225 cm. Museo del Prado, Madrid, España.
 
 
José de Ribera. El martirio de San Felipe. 1639.
Óleo sobre lienzo. 234 × 234 cm. Museo del Prado, Madrid, España.
 
 
Rembrandt Harmenszoon van Rijn. Autorretrato como Zeuxis. c.1662.
Óleo sobre tela. 82.5 x 65 cm. Museo Wallraf-Richartz, Colonia, Alemania.
 
Por ejemplo, El éxtasis de Santa Teresa una de las obras más celebradas de Bernini, recupera el momento preciso en que la religiosa encuentra su glorificación; más allá del acto devocional, la escultura muestra a una mujer que da la sensación de gozo erótico por el momento que está viviendo. Al respecto, José Pijoán reconoce que “Fue Bernini, con su lección, quien hizo encontrar buenos los excesos barrocos.” (Pijoán, 1957a: 36); y se agrega que el escultor decidió representar “…para la glorificación de la santa la escena de su «desmayo dichoso», de la «muerte que da vida» (…) Bernini prefirió representarla como monjita, pasmada, los ojos entornados, apenas respirando. ¡Con un poco más la muerte! Lo que les interesaba a los italianos no eran sus fundaciones ni doctrinas místicas, sino el milagro del estigma excepcional.” (Ibíd., 47)
 
Gian Lorenzo Bernini. El Éxtasis de Santa Teresa.1647 y 1651.
Mármol. 351 cm. Iglesia de Santa María de la Victoria, Roma, Italia.
 
El Renacimiento y el Barroco son importantes movimientos culturales originados en Europa occidental que luego se propagaron a otras regiones del mundo. El estilo que cada uno definió marcó las pautas estéticas de su época, sin embargo en nuestro tiempo aún son objeto de estudio y ejemplo en la creación artística.
 
Como productos intelectuales, las categorías estéticas son reflejo de las condiciones históricas y materiales en las que se definen. Los objetos estéticos cambian así como la comprensión que de ellos tenemos. Son producto de una conciencia histórica social e individual, tal como lo son las expresiones artísticas que se constituyen como objeto de su reflexión.
 
La labor del artista implica, a su vez, su propia transformación. El conocimiento, técnicas y valores son fundamentales en su proceso creativo. Atrás de la representación de la figura humana o de la expresión abstracta de la realidad subyace una visión filosófica o teórica que la explica, tanto en la perspectiva de los creadores como de los espectadores del arte. En ese sentido, el contexto histórico y social es un referente imprescindible para entender la obra de arte y su categorización estética.
 
Fruto de la modernidad, los estilos estéticos del Renacimiento y el Barroco siguen definiendo pautas en el mundo de lo postmoderno. Son referentes en la reflexión estética como en la formación académica. También son motivo de admiración en las salas de los museos donde se exhiben obras de estos periodos. Y aunque con nuevas percepciones y de la realidad y el uso de nuevos medios y esquemas de expresión, el arte representacional es cultivado por artistas realistas e hiperrealistas en el significativo, diverso e individualizado espectro del ámbito artístico.
 
Referencias
 
Pijoán, José, 1957a. “Bernini”. Tomo XVI: Arte Barroco en Francia, Italia y Alemania. 1957. PP. 35-52. En SUMMA ARTIS. Historia general del Arte. Antología. Selección de textos de Miguel Cabañas Bravo. Tomo VII. Arte de los Siglos XVII y XVIII en Europa. Madrid: Espasa Calpe. 2004.
-----------------, 1957b. “Caravaggio”. Tomo XVI: Arte Barroco en Francia, Italia y Alemania. 1957. PP. 9-34. En SUMMA ARTIS. Historia general del Arte. Antología. Selección de textos de Miguel Cabañas Bravo. Tomo VII. Arte de los Siglos XVII y XVIII en Europa. Madrid: Espasa Calpe. 2004.
Sánchez Vásquez, Adolfo, 1992. Invitación a la Estética. Colección Tratados y Manuales. México: Editorial Grijalbo.


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